El puertorriqueño ha trascendido en muchos aspectos y ello ha permitido que nos proyectemos al mundo como una sociedad vanguardista, dispuesta a abandonar prácticas que no enriquecen nuestro diario vivir. Sin embargo, el espíritu dominante de los seres humanos sobre los animales permite al primero hacer con estos últimos lo necesario para satisfacer los placeres humanos. Tan es así que el dominio del ser humano sobre los gallos justifica su uso para perpetuar un “deporte” que alegadamente genera $87 millones anuales en ingresos directos, según publicó The San Juan Star Daily el 22 de enero de 2018. La supuesta cantidad corresponde a los boletos de admisión, consumo de comida y bebida, y apuestas legales.
“Los gallos pelean por su naturaleza”; “Las peleas de gallos forman parte de nuestra cultura”; “Las peleas de gallos no son maltrato porque ellos están muy bien cuidados y alimentados”, son algunos de los argumentos de los galleros para justificar las peleas de gallos. Los gallos son meticulosamente escogidos y arduamente entrenados para enfrentarse a un contrincante igual a él en peso, edad y tamaño para medir quien tiene más fuerza y resistencia.
Debemos partir de la premisa que todos los seres vivientes tienen un instinto intrínseco de defender su persona, familia, propiedad y bienes. Es innecesario ser un experto en la conducta humana para conocer y comprender un rasgo que es de conocimiento general. Sin embargo, resulta curioso por qué se invierte tanto dinero en el entrenamiento, aditamento, y otros productos relacionados para exacerbar un rasgo que, según los propios galleros, procede de la naturaleza propia del gallo. De hecho, parte del entrenamiento es que los galleros utilizan un gallo como carnada o, mejor conocido como “chata” con el propósito de aumentar el espíritu de pelea del gallo para dominar a su contrincante. Cabe señalar que a la chata se le puede amarrar las patas y ponerle un bozal para mantenerlo en una total posición de indefensión mientras el gallo de pelea lo castiga hasta que la chata físicamente no pueda soportar más. Este proceso puede ser repetido más de cinco veces con la misma chata.
Imagínese que, como parte del entrenamiento de un boxeador, se tome a otro igual que él y lo amarren de manos y pies para que el otro descargue todas sus fuerzas hasta que deje sin respiración a su carnada. Los espectadores apuestan desde cientos hasta decenas de miles de dólares por cada pelea. En las referidas peleas que, según el Reglamento Administrativo y de Lidia de Gallos en Puerto Rico de 2007 tienen un máximo de duración de 14 minutos, los gallos se picotean mutuamente en la cara y en distintas partes del cuerpo, provocándose daños físicos. Con las espuelas, que no forman parte del cuerpo natural del gallo, se rasgan la piel y las plumas ocasionando así que brote la sangre y, por ende, más daño físico. Por alguna razón, esta morbosidad es la característica que más levanta pasiones entre los espectadores. Al finalizar la pelea los gallos terminan gravemente heridos, ciegos, con sus pulmones perforados, cojos y otros mueren. De hecho, según el precitado reglamento, cuando se determina que el gallo no se va a recuperar (por el castigo sansónico al que fue sometido) recurren a la dislocación cervical en la misma gallera sin la intervención de un veterinario y los ponen en bolsas plásticas en un lugar destinado para esos propósitos. No podemos olvidar de las ocasiones en que el Cuerpo de Vigilantes y ciudadanos particulares se toparon con escenarios dantescos ante la presencia de docenas de gallos de peleas muertos en playas y lagos de Puerto Rico.
Recientemente se creó un frente unido de galleros para solicitarle al Congreso de los Estados Unidos que no aplique a Puerto Rico el Proyecto HR 4202 el cual tiene como propósito extender a la isla la prohibición de las peleas de gallos al amparo del Animal Welfare Act. Los galleros sostienen que las peleas de gallos son el deporte nacional de Puerto Rico porque está legislada al amparo de la Ley 98 del 2007 conocida como Ley de Gallos de Puerto Rico del Nuevo Milenio. Nótese que este es el único tipo de peleas entre animales que se permite en Puerto Rico ya que según el artículo 8 de la Ley 154 del 2008, las peleas entre animales están prohibidas. No obstante, cabe preguntarse si todo lo legítimo es correcto. La esclavitud, la obtención del derecho al voto de las mujeres, prohibición de matrimonio interracial, segregación en las escuelas y muchos otros asuntos eran perfectamente válidos porque estaban amparados en la ley.
Resulta inconsistente que en estos tiempos existan espectáculos crueles y sangrientos que promuevan la violencia, disfrute al dolor ajeno y, en última instancia, maltrato hacia los animales. Es decir, cuando una cultura es nociva, resulta preciso cambiarla.
Según varios estudios, entre ellos el realizado por Karen Davis y publicado en la revista Spring #83: Minding the Animal Psyche, los gallos son seres sintientes y, por tanto, tienen autonomía, voluntad, forman lazos de familia, su propio lenguaje y tienen la capacidad de sentir dolor. Si en su estado natural los gallos pelean, esa es su naturaleza y el hombre no tiene por qué intervenir, manipularla y lucrarse de ella. Debemos plantearnos por qué un ser viviente tiene que ser sometido a una tortura para que permanezca una industria que se ha reducido con los años y que no goza del apoyo de la opinión popular. En fin, el día que comprendamos que todas las criaturas están en este mundo con nosotros y no para lucrarnos de su dolor, ese será el día en que reconoceremos que la dignidad es una cualidad que le asiste a todo ser viviente.
Original de Microjuris Puerto Rico
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