La voz por los animales se ha alzado con fuerza y siento una felicidad tan intensa que me cuesta describir.
Quizás hiciese frio en Barcelona, pero yo sentía calor, el calor de todos mis compañeros; todos unidos luchando por la misma causa, sin importarnos esas bajas temperaturas o el pudor de estar desnudos frente a decenas de medios de comunicación. Sí que es cierto que no dejé de temblar en ningún momento, pero era de emoción y excitación por ver la repercusión que estaba teniendo nuestro acto.
La mirada curiosa de los transeúntes, el sonido de las cámaras fotográficas, el grito de mis compañeros describiendo el horror detrás de la cruel industria peletera, yo misma alzando la voz con todas mis fuerzas deseando llegar a la conciencia de todos, el gélido y húmedo suelo de Plaza Cataluña, la pintura helada que manchaba mi cuerpo, mis manos, mi cartel, el tremendo dolor postural pasados unos minutos, el estremecedor discurso de la organización, ver las mejillas de algunos compañeros recorridas por lágrimas, el roce de un extraño que pasó todo el acto apoyado en mi pierna y que me hacía sentir arropada. Estas son sensaciones que nunca olvidaré.
Siento un tremendo orgullo de formar parte de esta gran familia de activistas. Esto es lo que de verdad me hace feliz, lo que de verdad define quién soy. A veces sientes que tu voz no es lo suficientemente fuerte como para llegar a aquellas personas que aún no se han dado cuenta de que los animales importan, pero en actos como el del domingo en Barcelona, sientes que te están escuchando, que les están oyendo gritar, que el mundo, por un instante, quizá recapacite y piense en el dolor de los animales y en el necesario cambio.
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