La psicología ha abarcado un terreno gigantesco en nuestra vida cotidiana. Más allá de que ahora se estudie en las aulas de educación media y en todas las carreras universitarias, y que las empresas cuenten con un profesional para atender los problemas de los empleados y llevarlos de forma orientada para optimizar su trabajo, también contamos con los medios audiovisuales que tratan temas de la psicología contemporánea en su programación diaria, bien sea de manera directa con entrevistas y especiales o indirecta con teleseries de ficción.
Y es que hemos aprendido tanto que no nos son extraños términos como autismo, esquizofrenia, déficit de atención, anorexia, y otros trastornos o fobias.
Y tal vez el más común de todos sea la claustrofobia. Un miedo común en nuestra sociedad, y es probable con cada uno de nosotros conozcamos al menos una persona cercana que lo padezca. O tal vez quien lea estas líneas le aterre la idea de quedarse en un ascensor, o le dé miedo pasar por un túnel o entrar a un sótano, o un pequeño transitar dentro de un bus le resulte una verdadera tortura, o serían incapaces de estar en una habitación oscura, pequeña y cerrada, o rodearse de una multitud le produzca asfixia.
La claustrofobia es un miedo común. Cuando las personas tienen esta fobia sienten ansiedad o pánico. Como la mayoría de las fobias, es irracional. Incluso si una persona sabe que el espacio cerrado no representa ningún peligro, pueden llegar a tener pánico extremo.
Ese sentimiento es comparable con lo que sienten los animales en diferentes actividades cotidianas, como el ganado transportado en camiones, o las especies silvestres encerradas en jaulas de un zoológico, o el encierro de un toro de lidia antes de salir al ruedo además de un larguísimo y variado etcétera.
Lo insólito es que muchas personas que sufren la claustrofobia, piden a gritos a los demás que los entiendan, que si bien ellos no pueden sentirlo que tengan un poco de empatía ante su situación, pero sabiendo qué es lo que se padece, no se ponen en el lugar de los animales encerrados, transportados, torturados y sacrificados.
Una persona claustrofóbica puede sentir pánico en un autobús lleno de gente, y más estando lejos de las ventanillas pero es probable que no sienta pena por los cerdos que están hacinados dentro de un remolque, aún sabiendo que con un grito de “el la parada, por favor” la asfixia pasará pero en el caso del porcino su parada es aún peor, ya que va al matadero.
Quienes han adoptado perros y gatos en refugios, habrán notado que algunos vienen con traumas contraídos desde su pasado en las calles, y han tenido que llevarlos paulatinamente a la vida normal adaptándolos a su nueva familia. Es natural que se empatice con un ser que aceptamos en nuestros hogares, pero debería ser aún más normal compadecernos ante la vida de otros que viven día a día lo que nos aterra en un momento dado.
No puedo asegurar que los animales sufran de claustrofobia, pero sí que tienen estrés, pánico, asfixia... y a diferencia de los humanos, no es injustificada.
Recuerdo que hace poco subí a un bus que estaba realmente abarrotado de gente y el chofer conducía con poca precaución con las personas que llevaba detrás, y una señora gritó para reclamar “Ey, no estás llevando animales”, y eso me hizo pensar que sí saben, y muy bien lo que sufren los no humanos, pero no les importa.
La humanidad ha dado saltos agigantados en el entendimiento propio, pero cuánto le falta para abrir sus sentimientos en un campo más allá de sus problemas.
Esto fue una mirada desde la boca de El Lobo Cobarde.
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