Trabajar por los derechos de los animales es una tarea satisfactoria pero agotadora: si bien podemos ver casos de éxito, el número de víctimas se cuenta por millones y aún no somos tantos como para frenar su situación de explotación y maltrato.
Muchos de nosotros conocemos a alguien o hemos experimentado en carne propia la necesidad de parar, de olvidarnos un tiempo, o para siempre -en el peor de los casos- de nuestro activismo y ello nos hace sentir culpables pero al mismo tiempo exhaustos.
¿Qué nos está pasando?
Charles Figley, director del Instituto de Traumatología de la Universidad de Tulane, Nueva Orleans, acuñó en 1995 el término Compassion Fatigue, que se traduce como “desgaste por empatía”. Es la emoción resultante de la exposición al trabajo con aquellos que sufren las consecuencias de eventos traumáticos. Quienes trabajamos con seres que sufren debemos combatir, no sólo el estrés o la insatisfacción normal por lo que hacemos, sino también los sentimientos y emociones personales que nos produce la cercanía con el sufrimiento.
La fatiga por compasión aparece de forma abrupta y aguda, y se caracteriza por tres grupos de síntomas muy similares a los del “trastorno de estrés post traumático” :
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Revivir el evento con fuerte carga emocional
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Distanciamiento físico y afectivo
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Estado permanente de alerta y tensión
Otros síntomas comunes son el agotamiento físico y mental, insomnio, dolores de cabeza, irritabilidad, abuso de sustancias tóxicas y fármacos para reducir la ansiedad y el nerviosismo. Muchos de nosotros hemos sentido que fracasamos, que somos impotentes para reducir o terminar con el maltrato animal, y esto nos genera baja autoestima y una limitada tolerancia a la frustración, lo cual nos puede volver agresivos y hacer sentirnos poco realizados personalmente.
Este fenómeno es común en cuidadores de enfermos con padecimientos crónico degenerativos, activistas de derechos humanos, de violencia intrafamiliar, o defensores de los animales, pues el contacto prolongado e intenso con el sufrimiento, así sea virtual, se acumula y se pierde la capacidad de regenerar la energía compasiva al ritmo que se gasta, es decir, es una pérdida del proceso restaurativo de la empatía.
¿Qué podemos hacer?
En mi consultorio he recibido pacientes con este transtorno que recurren a mi por mi experiencia en el activismo pro derechos animales. Yo personalmente pasé por una etapa similar y que me hizo sentir muy culpable por no hacer más aun cuando mis capacidades laborales estaban mermadas por el desgaste emocional.
Construí entonces una especie de decálogo que recomiendo aplicar cuando sientan que han llegado al límite y a pesar de su deseo de continuar haciendo activismo, su cuerpo parece decir lo contrario.
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Delega
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Toma distanciada
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Acepta
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Pon límites
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Cuídate
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Jerarquiza los problemas
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Construye una red de apoyo
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Expresa tus emociones
Recuerda que si nuestro objetivo es ayudar animales, tenemos que ayudarnos primero a nosotros mismos para ser efectivos. A ellos no les servimos debilitados, neuróticos o agotados. Nos necesitan energetizados, sanos mental y emocionalmente y realizados. No estamos en este trabajo por amargura, por rabia o porque no hay alguien más que lo haga. Hemos elegido esta causa porque resuena con nuestras fibras emocionales, porque estamos convencidos de sus argumentos y finalmente lo que compartimos con los demás es un reflejo de quienes somos.
Seamos entonces los mejores embajadores de los animales, personas que conociendo sus limitaciones se entregan amorosa y cuidadosamente a la tarea de expandir la empatía desde nosotros, hasta el resto de las especies con las que compartimos el planeta.
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