Si bien la política es la actividad que versa sobre la gestión de los asuntos públicos, es, a su vez, un instrumento muy relevante para ejercer el poder. Como exponía Deleuze, la política “se esfuerza por controlar el sentido, la verdad” (Sarrión Mora, 2013, p. 207); pues quien controla el discurso, puede hacer pasar un argumento o una interpretación como verdad. La normalización juega aquí un papel fundamental. No es de extrañar entonces que, si una determinada política no se guía por la solidaridad, la empatía y la inclusión, sea la discriminación una de las principales causas por las que se desechen las necesidades vitales de muchos miembros de la comunidad. La discriminación, es decir, la diferencia no justificada, suele aparecer a raíz de alguna característica no compartida con el estereotipo idealizado y dibujado por quien ostenta el poder. Así es, históricamente solo ciertos hombres estaban capacitados para participar en lo público, para formar parte de la ciudadanía. Esta acotada titularidad se ve reflejada incluso en los orígenes de la teoría contractualista y en las diferencias que establecieron por razón de raza, sexo o capacidad económica dentro de la especie humana. La discriminación ha estado y está basada en creencias infundadas o en argumentaciones falaces. A menudo la discriminación ha tratado de invisibilizar las necesidades y capacidades de los excluidos, pues “la mejor manera de distorsionar la realidad es negarla” (Joy, 2013, p. 46). La negación del otro ha sido la base de la exclusión. Los criterios para negar o limitar los intereses de estos han sido variados. En lo que respecta a nuestra cuestión, tradicionalmente se ha traducido en la capacidad de raciocinio, la libertad, la autonomía o la dignidad. Cuestiones que merecen, desde luego, un análisis pormenorizado. Si, como sostienen los animalistas o defensores de los derechos de los animales, el criterio para basar una fuerte consideración moral está centrada en el dolor, el sufrimiento y en la capacidad de desenvolverse conscientemente con el entorno, la diferenciación por razones intelectuales parece algo banal y discrecional. Esta discriminación es lo que Richard Ryder, en 1970, definió con el término especismo y que, posteriormente, Peter Singer lo popularizó. Especismo sería entonces la discriminación por no pertenecer a una especie determinada. Porque, como decía Jacques Derrida, lo no humano es “lo radicalmente otro, más que otro y que ellos denominan un animal” (Derrida, 2008, p. 27).
En realidad, toda discriminación tiene bases comunes o similares. De un lado, los beneficiarios de esa discriminación u opresión darán todo tipo de argumentos para perpetuar sus privilegios. De otra, una buena parte de la sociedad invisibilizará o banalizará los intereses o las necesidades de los discriminados. En esta línea, una lectura interesante es La Justicia y la política de la diferencia, de Iris Marion Young, donde se muestran las cinco caras de la opresión. A saber: la explotación, la marginación, la carencia de poder, el imperialismo cultural y la violencia (Young, 2000). Conceptos que sin duda son extrapolables a la cuestión animal.
De tal modo que el trato diferenciado entre especies que poseen la misma capacidad de sufrir y sentir placer, de desenvolverse intencionalmente y experimentar (desarrollando deseos y preferencias) en su entorno sería calificado como especista. Eso sí, otro asunto sería el trato diferenciado según las necesidades y capacidades de cada especie o individuo. Así es, se hace hincapié en el término de sintiencia (aunque no es el único concepto importante para muchos autores), que es la capacidad de tener experiencias subjetivas, de sentir por interacción con el entorno. En este sentido, “toneladas de pruebas científicas, tanto observaciones de comportamiento como marcadores fisiológicos, han establecido que los animales tienen reacciones fuertemente negativas ante las pérdidas de libertad” (Bekoff y Pierce, 2018, p.17), del mismo modo que ocurre con los seres humanos. De hecho, se ha comprobado que los animales -y no solo los que son explotados en la industria intensiva o son objeto para investigaciones científicas- sufren y desarrollan estrés postraumático, estereotipias y otras patologías físicas y psíquicas debidas al trato que reciben (Joy, 2013, p. 49; Bekoff y Pierce, 2018, pp. 29, 37, 56, 72, 99 y 118).
Una vez más, negar a los animales su similitud básica con nosotros es invisibilizar su condición real. La cosificación, la reducción al absurdo de seres sintientes complejos con necesidades, preferencias y deseos básicos idénticos a los nuestros es distorsionar la realidad, es vendarse los ojos con el objetivo de no vernos reflejados en ellos. Porque la dominación y la violencia que aplicamos sobre ellos solo son comprensibles desde la ceguera ética. Los miembros de la mayoría de las especies (dejando de lado, por ejemplo, los poríferos o los cnidarios) no son meros seres vivos, muchos poseen una considerable riqueza vital. Si se niegan estos hechos negaremos la maldad, ya sea por ignorancia o bien por cinismo.
Y si a todo lo descrito le sumamos la evidencia científica de que en la actualidad no es necesario consumir animales ni sus derivados para obtener una alimentación saludable en todas las fases de la vida 1, parecería ser que la muerte o la explotación de los animales se torna innecesaria para la supervivencia humana. Por consiguiente, el consumo de animales sería una opción y no una necesidad. Creer en ciertos mitos nos lleva a obtener conclusiones erróneas, y estos errores a veces nos llevan a la barbarie. Si prevalece el mero placer al gusto o al espectáculo en detrimento de la consideración moral de seres sintientes, entonces la barbarie será parte constitutiva de nuestra moralidad. Así es, “el compromiso moral no solo es un ideal que entusiasma más que una política de la elusión. Es también un fundamento más prometedor de una sociedad justa” (Sandel, 2018, p. 304). El antiespecismo es uno de los más prominentes indicadores éticos en la actualidad, pues evidencia que los animales no humanos son parte de nuestra comunidad moral. Por ello, defender los derechos de los animales no es un acto de caridad, sino una cuestión de justicia.
NOTA AL PIE DE PÁGINA
1 Uno de lo temas capitales de la cuestión animal es el de la nutrición. La necesidad o no de alimentarse de animales para conseguir una vida saludable. Pues bien, los avances en nutrición y endocrinología han demostrado (evidencia científica) que llevar una dieta basada exclusivamente en plantas es saludable en todas las fases de la vida, siempre que se complemente con un suplemento vitamínico de B12. Así lo avalan numerosas entidades: la Organización Mundial de la Salud (Naciones Unidas), Departamento de Agricultura y Salud de Estados Unidos, Asociación Americana de Dietética, The Canadian Dietetic Association, British Medical Association, Academia Americana de Pediatría, la Junta de Andalucía, la Generalitat de Catalunya, la Asociación Española de Dietistas-Nutricionistas, Physicians Committee for Responsible Medicine, entre otras de diferentes países. El suplemento de vitamina B12, por otra parte, es económicamente muy accesible y que, además, desde hace décadas se suministra a través del pienso también a la inmensa mayoría de los animales explotados (tanto a la ganadería intensiva y como a parte de la extensiva) que consume la sociedad. De hecho, “El mercado que más cantidad de vitamina B12 demanda es el de producción de alimentación para ganado, especialmente porcino y aviar”. Para más información: Gómez Manrique (2017). Estudio de viabilidad de instalación de una planta de producción de vitamina B12 en España. Cuadernos del Tomás 9, 107-139 Recuperado de https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/6245306.pdf (última visita: 7 de junio de 2020).
BIBLIOGRAFÍA CITADA
- Beckoff, M. y Pierce, J. (Eds.) (2018). Agenda para la cuestión animal. Libertad, compasión y coexistencia en la era humana. Madrid: Akal.
- Derrida, J. (2008). El animal que luego estoy si(gui)endo. Madrid: Editorial Trotta.
- Joy, M. (2013). Por qué amamos a los perros, nos comemos a los cerdos y nos vestimos con las vacas. Una introducción al carnismo. Madrid: Plaza y Valdés editores.
- Sandel, M. (2018). Justicia. ¿Hacemos lo que debemos? Madrid: De Bolsillo.
- Sarrión Mora, A. (Ed.) (2009). Lecturas de Filosofía. Madrid: Akal.
- Young, I.M. (2000). La justicia y la política de la diferencia. Madrid: Cátedra.
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