Cuando Harry Prosen conoció a Brian, el chimpancé era un manojo de nervios. Caminaba en círculos sin parar, palmeando constantemente. Casi siempre después de cada comida, vomitaba. Si se acercaba un compañero empezaba a gritar, se mordía a sí mismo o a otro animal hasta hacerlo sangrar.
El jardín zoológico de Mil-waukee County en Wisconsin, EEUU, había recogido el chimpancé de un laboratorio científico, donde había vivido junto a su padre dominante en una jaula muy chica. Veterinarios y cuidadores intentaron todo para tranquilizarlo, pero sin éxito. Hasta que fueron a consultar al jefe de siquiatría del lugar, Harry Prosen.
En muchos aspectos, los síntomas de Brian le recordaron el de seres humanos. Por eso no solamente le recetó un tranquilizante y un antidepresivo, sino también una terapia de relajamiento. Con eso Brian empezó una nueva vida. El animal ganó confianza, se acostumbró a sus juguetes y a sus compañeros. El médico también le ordenó un horario estructurado, según el modelo de la siquiatría humana. Los cuidadores fueron obligados a llevarle la comida en las mismas horas y en el mismo lugar, elogiándolo con las mismas palabras.
Brian fue el primer paciente no humano de Prosen. Hoy, el médico ya ha tratado a más de 50 primates. Sobre todo cuando se trata de chimpancés, el mundo busca su consejo. Con el tratamiento de los animales también espera conocer más sobre las enfermedades mentales de seres humanos. “Si sabemos porque nuestros más cercanos parientes tienen problemas sicológicos, comprendemos mejor porque nosotros podemos caer en una crisis”, admite.
Hasta bulimia
No solamente en Wisconsin los primates son atendidos por sicólogos. En Alemania los siquiatras también los toman en cuenta. En la revista científica “Science”, médicos de Bochum reivindicaron el derecho primate a auxilio sicológico. “En laboratorios, circos y en algunos jardines zoológicos, los monos sufren síntomas similares a los humanos. Por eso tienen el mismo derecho a una terapia”, dice Martin Brüne del Centro de Sicología en Bochum.
¿Síntomas típicos? Depresiones y fobias, que pueden hacer que los animales se balanceen horas y horas, un compartimiento que pueden incrementar hasta la mutilación: los monos se arrancan el pelo, muerden o rascan. Otros animales comen sus fecas o la arrojan contra los vidrio. Incluso, algunos sufren de una especie de bulimia: vomitan y luego tragan de nuevo. “Un comportamiento peligroso”, dice Signe Preuschoft, científica de primates, pues puede producir desgarros estomacales entre otras complicaciones.
La alemana dirige desde hace tres años un proyecto de resocialización de más de 40 chimpancés de laboratorios en el parque de animales Gänserndorf en Austria. Poco a poco la primatóloga prepara los monos traumatizados a una vida en grupo. Hasta ahora la terapeuta está contenta con sus resultados: “La mayoría de los monos aprendió lo que significa ser un chimpancé.“
Junto a Bruñe, la especialista quiere trabajar en establecer directrices para la terapia de primates. “Las consecuencias del aislamiento social las conocemos desde hace años, pero cuándo y cómo hay que tratar a los animales, no lo sabemos exactamente”, dice Preuschoft. “Falta clasificar las enfermedades mentales de los primates.”, añade.
Pero no todos los primatólogos creen que los monos tienen sentimientos similares a los de los humanos. Eberhard Fuchs, director de la sección de neurobiología clínica del centro alemán de primates en Göttingen, advierte de “anthropomorphismo”, porque muy fácilmente el hombre le da a los animales características humanas. “Si nosotros pensamos que un mono se ve triste, no tiene que significar que esté triste.”
De hecho, no es seguro que los trastornos de comportamiento que se dan en cautiverio también puedan ocurrir en la selva. “Normalmente los primates -a pesar de su sensibilidad tan alta- no sufren mucho de problemas mentales“, dice Jane Goodall, quien observa desde hace más de 40 años chimpancés en Tanzania.
Sin embargo, reconoce que una vez vio como uno de sus monos cayó en un estado mental similar a una depresión. Flint, un chimpancé de ocho años, dejó de comer y anduvo muy retraído tras la muerte de su madre. Tres semanas de luto, para finalmente morir en el mismo lugar en que habían encontrado el cadáver de su madre.
(The New York Times Syndicate)
Fuente: http://www.lanacion.cl/prontus_noticias/site/artic/20050614/pags/20050614202530.html
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