Cuando Jane Goodall tenía un año y medio de edad, su madre la encontró en su cuna con un puñado de lombrices que había agarrado del jardín. La pequeña Jane nació con una fascinación natural para el mundo de los seres vivos, quería tenerlos como animales de compañía. Su madre, una novelista que era conocida por su temperamento conservador con los intereses de Jane, no estaba molesta pero quería quitar los gusanos de la cuna de su hija.
“Jane, si los dejas aquí, van a morir”, le dijo su mamá. Es una lección que resonaría 80 años después. La pequeña Jane se tambaleaba caminando en el patio de su familia en Londres y dejó su pequeña carga de gusanos de nuevo en la tierra.
Este encuentro con animales fue el primero de muchos que le daría forma a la vida de Goodall: leyó al Dr. Dolittle, se escondió en un gallinero para ver de dónde salían los huevos, se enamoró de Edgar Rice Burroughs, "Tarzán de los Monos". Como dijo a una multitud durante una conferencia en la Academia de Música de Brooklyn un miércoles por la noche, sólo hay un problema con la novela: él se casó con la Jane equivocada.
Con los ojos bien abiertos, a la edad de 23 años y sin un título universitario, Goodall se subió a un barco con dirección a África; era una excursión prácticamente desconocida para una mujer joven de la post-guerra inglesa, pero ella hizo el viaje, dependiendo del paleontólogo keniano Louis Leakey, con el cual debería comenzar su investigación sobre los chimpancés en el renombrado Parque Nacional de Gombe Stream en Tanzania. La madre de Goodall se unió pronto a ella en la selva, estableciéndose a sí misma como una especie de "bruja blanca" para los lugareños, ganando algunas conexiones muy necesarias para las comunidades locales.
Con solo un cocinero en el remolque (el cual Goodall notó, tenía una fuerte inclinación por el alcohol hecho a base de plátano fermentado), Goodall y su madre, adaptaron una vida para ellos en África. Ahí fue donde hizo uno de los descubrimientos más importantes de la ciencia hasta la fecha: el uso y modificación de herramientas por una especie distinta a la de los seres humanos. El hallazgo disparó a la joven científica a la fama y la impulsó a cursar un doctorado en la Universidad de Cambridge.
Ahora, a los 81 años de edad, Goodall no es menos enérgica, pero desde sus primeros días como primatóloga y especialista en conducta animal, su mensaje ha cambiado. Ya no es una observadora pasiva, agachada durante horas en el monte, grabando cada particularidad de la sociedad chimpancé. “Tuve la sensación de que tenía que dar algo a cambio", dice Goodall, agregando que fue en una conferencia en Chicago, donde primeramente se dio cuenta de los problemas que azotan a los chimpancés en Tanzania -caza de animales, tráfico de vida silvestre, deforestación que va en aumento- y en otros lugares también. Goodall se dio cuenta que los chimpancés no vivirían para siempre sin ser molestados por los seres humanos, como los había observado una vez en Gombe.
En una habitación poco iluminada dentro del camerino en Brooklyn, Goodall está categóricamente energizada. Aparece en la habitación saludando a amigos y admiradores, muchos de los cuales hicieron fila e incluso se vuelcan a las calles en espera de ver a una mujer cuyo nombre se ha vuelto tan reconocible como el de cualquier estrella de rock o celebridad que pasa por las puertas del recinto. A pesar del fervor que la rodea, Goodall está serena y tranquila mientras se sients en un sofá con su famosa vestimenta, chal y cuello de tortuga, con su postura impecable.
“Me siento avergonzada de mi especie”, le había dicho a una multitud de cientos, sólo una hora antes, lamentando los estragos que ha visto se han causado en la tierra desde que comenzó su investigación de Gombe, en la década de 1960. Pero ahora, Goodall parece más esperanzada que nunca. Está sirviendo como embajadora del "Reino de los Monos," un nuevo documental de Disney, que sigue la vida de un grupo de macacos en Sri Lanka. Goodall se ilumina cuando habla de la película y sus personajes.
"Está Maya y su amante Kumar, en la clasificación alta de un macho alfa, la hermandad de estas feas, horribles y terribles hembras", dijo a The Dodo, sin molestarse en reprimir su carcajada.
La importancia de los productores de Disney en dar nombre reales a los personajes del reino del mono no está mal para Goodall. Ella fue una vez ridiculizada por la comunidad científica por nombrar a los chimpancés que observó en Gombe. Pero para ella, David Greybeard, Mike, Flo y todos los otros chimpancés que conoció eran individuos, dignos de tener nombres por el simple hecho de que cada uno tenía su propia personalidad.
"Creo que si le das a un animal un nombre, las personas se dan cuenta de que son un individuo y pueden relacionarse con él", dijo Goodall. "Me dijeron que les tenía que dar a los animales un número y pensé, 'Bueno, eso es una estupidez. ¡Entonces vamos a darnos números! Probablemente seríamos 2000000029.'"
La edad de Goodall no la ha detenido. Está lanzando un nuevo libro sobre el papel que juegan los árboles y plantas en los ecosistemas, gestiona una red masiva de grupos comunitarios, muchos dirigidos por jóvenes, bajo el lema Roots and Shoots; continúa a la cabeza del Instituto Jane Goodall, una organización sin fines de lucro que trabaja para apoyar programas humanitarios, ambientales y de vida silvestre de todo el mundo, y a través de todo esto, 300 días al año promueve causas de conservación del medio ambiente, un itinerario de viaje que ella llama "miedo".
Goodall tiene un par de amigos fieles que la acompañan en sus viajes. Lleva ahora (junto con un chimpancé de peluche llamado Mr. H con el que ha visitado 60 países) una vaca de peluche, que simboliza su nueva campaña contra las granjas industriales.
La agroindustria es uno de los horrores infligidos en este planeta, dijo a la multitud en Brooklyn, agregando que ella se ha vuelto vegetariana en los últimos años después de leer acerca de la agricultura intensiva, e insta a los demás a hacer lo mismo.
Goodall pasa la mayor parte de su tiempo pensando en algunos de los mayores problemas del mundo: las granjas industriales, la biodiversidad perdida, el cambio climático, la pobreza. Pero agarrando el Sr. H en los brazos cruzados y envuelta en un chal marrón, con los ojos brillantes mientras recuerda sus días viviendo entre los chimpancés en Gombe, parece que el espíritu de la niña con un puñado de lombrices nunca se fue del todo. Y no ha olvidado al primer grupo de chimpancés que conoció, que ahora tienen una gran lista de nietos que viven en el mismo bosque.
"No pienso en los chimpancés como animales", dice. "Son seres chimpancés y nosotros somos seres humanos; no son realmente animales para mí."
Melissa Cronin para The Dodo
Traducción: José Antonio Pérez García
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