Los mataderos son un caldo de cultivo para las enfermedades además de puntos críticos de gestación del coronavirus; docenas de centros cerraron después de que miles de trabajadores se enfermaran a causa del virus.
El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ordenó que las operaciones de los mataderos permanecieran abiertas, y las protegió de toda responsabilidad legal por exponer a trabajadores carentes de todo poder a riesgos intolerables. Al mismo tiempo, el gobierno de este mismo país gasta más de 200 millones de dólares mensuales en apoyar a las industrias cárnica y láctea, mientras que la agroindustria presiona para obtener más dinero de estímulo para volver a sacrificar animales como se hace regularmente.
La actividad pecuaria intensiva perjudica a las personas, a los animales y al planeta, y no debería recibir ninguna financiación por parte del gobierno. Para exponerlo de una manera clara: es hora de acostumbrarnos a comer menos, o nada de carne.
Las granjas industriales y los mataderos exigen de manera continua mano de obra barata y fácilmente desechable para llevar a cabo tareas difíciles y peligrosas. Para conseguirla, los agronegocios han obtenido adaptaciones regulatorias para explotar mano de obra inmigrante y penitenciaria. Aun así, esta industria se han enfrentado a una escasez crónica de personal y la capacidad para seguir matando al ganado no se pudo mantener en plena ola de infecciones generadas por el coronavirus en los trabajadores de los mataderos, lo que provocó que los animales destinados al sacrificio pasaran a reserva en la cadena de suministro. Millones de estas inocentes criaturas han tenido que ser finalmente sacrificadas y totalmente desechadas. Son muertes trágicas, al igual que lo son las de miles de millones de muertes innecesarias que transcurren durante el curso de este negocio. Podemos vivir bien sin necesidad de explotar y consumir animales.
Más de 9 mil millones de animales de granja son introducidos en las granjas industriales en los Estados Unidos, y cada año, cientos de millones mueren antes de llegar al matadero. Siempre que el sistema sea rentable, esta industria considera tanto a los animales y a sus trabajadores como algo desechable. Por ejemplo, los pollos criados para el consumo, han sido genéticamente modificados para que crezcan cuatro veces más rápido de lo que crecerían de manera natural, lo que les causa dolorosas enfermedades y provoca la muerte de millones de aves antes de ser vendidas a los mataderos. Estas tempranas muertes se consideran aceptables dentro de esta industria porque los beneficios generados por el rápido crecimiento de los pollos son mayores que los costes. «La producción pecuaria intensiva perjudica a las personas, a los animales y al planeta, y no debería recibir ningún rescate financiero por parte del gobierno».
De cara a mirar a un mundo posterior a la pandemia, deberíamos contemplar un sistema alimentario más fuerte y sostenible, que no mercantilice con los seres sintientes. Podemos alimentar a más gente con menos extensión de tierra y menos recursos a través de la agricultura, lo que aliviaría de una manera significativa nuestra huella ecológica y liberaría millones de hectáreas de tierra, ya que en los Estados Unidos se utilizan diez veces más de tierra para la actividad pecuaria que para la agricultura. Pasar a consumir vegetales en lugar de animales mejoraría los ecosistemas naturales, el hábitat de la fauna silvestre y propiciaría la vuelta a la biodiversidad. Permitiría la regeneración y la sanación del planeta además de reducir las amenazas de la crisis del cambio climático y futuras pandemias, las cuales han sido relacionadas con abusos de otros animales y el medio ambiente.
Las inflexibles cadenas de suministro expuestas durante la pandemia deberían ser más cortas y ágiles, con consumidores que tengan una conexión más cercana con su fuente de alimentos y los agricultores. El interés generalizado por la horticultura durante la pandemia es alentador. Los huertos familiares pueden generar más alimento del que creemos, como los Jardines de la victoria, donde se cultivó el 40 % de la producción nacional durante la Segunda Guerra Mundial. Los huertos urbanos, los mercados de agricultores, los programas agrícolas apoyados por la comunidad, y los jardines comunitarios, todos ellos ya en plena expansión previamente a la pandemia, pueden proveernos de comida nutritiva y también ser fuente de empleos relevantes en diversos entornos y merecen más apoyo gubernamental e institucional que las granjas industriales y los mataderos.
Los agronegocios están utilizando una influencia indebida para obtener miles de millones de dólares de estímulo que se gastan a raíz de esta pandemia, y han explotado los programas gubernamentales para financiar las granjas industriales durante décadas. Un estudio publicado en 2018, descubrió que el 73 % de los ingresos de la industria láctea durante 2015, lo que supone más de 22 mil millones de dólares, provenían del gobierno. En 2018 y 2019 el sector agrícola y ganadero recibió 14 mil millones y 16 mil millones de dólares respectivamente por pérdida de comercio, además de los miles de millones que ya recibe de manera anual. La industria también ha tenido acceso a bienes escasos como el agua a un coste inferior al de mercado, y exenciones de las leyes laborales, bienestar animal, y otras leyes que le permiten externalizar costes derivados de su irresponsable conducta. Esto tiene que parar.
En lugar de matar animales, explotar a los trabajadores, y despojar el medio ambiente, podemos alimentarnos de una manera sostenible y ayudar a sanar al planeta a través del cultivo de los vegetales orientado a las comunidades. Las tierras de cultivo que actualmente generan monocultivos con productos petroquímicos para alimentación animal pueden pasar a cosechar legumbres, granos, frutas, verduras, frutos secos, semillas y otros cultivos directamente para el consumo humano. El césped suburbano puede convertirse en un jardín y en un entorno urbano, la comida ya se está cultivando en solares, colegios y patios de las iglesias, tejados, jardines forestales, contenedores y jardineras, e incluso en edificios abandonados reformados que ahora constituyen jardines verticales. Todo esto es una tendencia positiva que debería de incentivarse.
De cara al futuro, busquemos la creación de una «nueva normalidad», sin granjas industriales, sin mataderos.
Las políticas gubernamentales que han estado permitiendo abusos, deben ser redirigidas para apoyar un sistema más diversificado y saludable que mantenga a las comunidades llenas de energía y produzca alimentos nutritivos en lugar de volver al status quo roto que causa dolor y sufrimiento tanto a animales como a personas. Y por nuestra parte, es hora de acostumbrarnos a comer menos, o nada de carne.
Fuente: The Guardian
Traducido por Ana Belén García Nevado
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