Cuando cualquier gobierno se plantea la posibilidad de prohibir una actividad debido a una posible existencia de problemas graves de bienestar animal, la opinión de los etólogos es muy relevante. En estos casos, la pregunta que los políticos deberían hacer a los etólogos es: observando el comportamiento de los animales y comparándolo con el comportamiento de otras especies, se puede llegar a la conclusión de que tales animales sufren, desde un punto de vista animal o desde un punto de vista colectivo? Yo mismo responderé a continuación a esta pregunta.
Hoy en día ya sabemos que existen tres tipos de sufrimiento animal:
- Fisiológico. Se crea cuando hay una enfermedad física
- Neurológico. Aparece cuando hay dolor
- Psicológico. Se da cuando hay un estado mental de estrés, depresión o psicopatía.
Los etólogos podemos detectar este tipo de sufrimiento gracias a cuatro herramientas que están a nuestra disposición:
Las expresiones faciales
Las expresiones faciales son mucho más útiles para especies sociales en las que la visión es el sentido más desarrollado, como es el caso de los primates. Los toros, por ser una especie del orden de los artiodáctilos, aunque sí son sociales, el sentido de la visión no es el que tienen más desarrollado y, por tanto, tienen menos expresiones faciales. Sin embargo, cuando he observado con detalle las grabaciones de las corridas de toros que he presenciado he encontrado expresiones faciales de dolor (boca abierta, ojos cerrados, etcétera), especialmente en el momento cuando las armas (la puya, la banderilla, el «estoque» o la «puntilla») son clavadas. Pero hay una expresión facial que se puede observar en todos los toros durante la celebración de las corridas que indica un sufrimiento fisiológico. Hacia el final de la corrida, en el tercer tercio, se puede ver que el toro tiene la boca abierta y la lengua fuera. Esta es la expresión del agotamiento, indicando que la fisiología del animal tiene dificultades en mantener la temperatura del cuerpo suficientemente baja para evitar un colapso. La familia de los bóvidos, a la que los toros pertenecen, tienen un mecanismo no muy eficiente para rebajar la temperatura del cuerpo cuando se llega a una situación de hipertermia, ya que no sudan mucho, como los caballos y no tienen una lengua muy larga para eliminar el calor como los cánidos, los perros o los lobos. En otras palabras, los bóvidos, dada su masa y sus mecanismos para controlar la temperatura, se agotan muy rápidamente. Este defecto es el que aprovechan los depredadores naturales, como los lobos, que tienen una resistencia física mucho más duradera, y, en nuestro caso, los toreros que usan los dos primeros tercios de la carrera para agotar el toro.
Las vocalizaciones
El sentido del oído sí está bastante desarrollado en artiodáctilos. Es un sentido útil para la defensa en aquellos animales que son sociales, como el caso de los toros. Por lo tanto, se esperaría que hubiese vocalizaciones que expresen el sufrimiento, y las hay. Los bramidos que se escuchan durante las corridas de toros son una clara expresión de que el toro está pasando por una situación adversa que intenta evitar, que es precisamente el significado biológico y evolutivo del sufrimiento. Claramente, los bramidos aparecen sólo cuando el toro se ha separado de sus compañeros de ganado y se enfrenta a una situación adversa, que puede ser tanto un entorno hostil y desconocido, como la provocación de los hombres o los caballos. Como el toro es un animal social, el mensaje de los bramidos está destinado a sus compañeros de ganado, los otros toros que viajaron con él a la plaza desde la dehesa y que el toro puede todavía oler porque están próximos. Pueden significar tanto un mensaje de alerta (por ejemplo «no vengáis aquí, que hay un peligro») o, lo más probable, una llamada de ayuda (por ejemplo, «venid a ayudarme, me atacan»). Sea cual sea el significado preciso, los bramidos informan de una situación adversa que el toro intenta evitar y como el resultado de estas vocalizaciones es un fracaso –ni los toros vienen a ayudarle ni la situación mejora–, la situación añadida a la situación adversa de por sí nos permite concluir que estas vocalizaciones, cuando son realizadas desde la arena de la plaza, son una expresión de sufrimiento.
El lenguaje corporal del animal
La tercera herramienta etológica, el lenguaje corporal, también nos hace concluir que el toro sufre. Esta herramienta analiza la posición relativa de diferentes extremidades y partes del cuerpo, unas respecto de las otras, en otras palabras, las posturas de los animales. Hay una postura en la que el toro gira la cabeza en dirección a su espalda. Esto ocurre cuando le acaban de clavar las banderillas, en el «estoque». La función de esta postura es claramente intentar sacar con sus cuernos lo que le está produciendo dolor. Esta interpretación se refuerza con el comportamiento asociado de saltar y moverse bruscamente de un lado a otro, debido a que el toro tiene muchos nervios de dolor en la zona donde estas armas están clavadas.
El comportamiento con relación al entorno
Si un animal se encuentra en un entorno que le genera sufrimiento, su respuesta comportamental será, o bien intentar cambiar de entorno, huyendo, o bien modificarlo, eliminando aquellos aspectos de este que son la causa del sufrimiento. Esto es precisamente lo que hace el toro de lidia. Hay varios casos documentados, de los cuales yo también he sido testigo directo, que muestran que si se le da al toro la posibilidad de huir de la plaza, él elige huir. La plaza está diseñada, precisamente, para no darle al toro esta posibilidad. Por eso la puerta del «toril», por donde el toro ha salido a la arena se camufla con el resto de la plaza y el toro no la ve una vez dentro. Por eso la plaza es circular, para que el toro pierda su orientación y no se refugie en ninguna esquina, como solía pasar cuando las plazas eran cuadradas. Por eso la valla de madera, las «tablas», es muy alta. Sin embargo, la motivación de escapar es tan grande que algunos de los toros saltan la valla y sólo vuelven al ruedo cuando son forzados con más dolor del que sufrían cuando estaban en la plaza. Como el toro no se le da normalmente la posibilidad de huir, sólo le queda la opción de modificar el entorno, eliminando aquellos aspectos del mismo que son la causa de su sufrimiento, en este caso, los toreros y los caballos. La embestida de los toros, a menudo erróneamente interpretada como un ataque, es en realidad un comportamiento defensivo encaminado a apartar al agresor del entorno donde el toro se encuentra. A veces, el toro avisa, de forma instintiva, con una embestida ritualizada que encaja con lo que los etólogos describimos como comportamiento ambivalente. El toro, sin cambiar de lugar, y respirando profundamente, rasca el suelo con las patas delanteras, con la cabeza baja, en la dirección del elemento del entorno que intenta modificar, el torero o el caballo. Es lo que los tauròfilos llaman «escarbar». Se trata de una amenaza ritualizada esperando que no haga falta un enfrentamiento físico y que el torero o el caballo se retiren por su propio pie, cosa que nunca pasa dentro de una plaza de toros, por lo que al animal no le queda más remedio que embestir, intentando apartar el peligro directamente con sus cuernos. Este comportamiento es el que el torero quiere crear, y no dejará de provocar al toro hasta que tenga lugar, y cuando pasa, engaña el toro haciéndole pensar que es el «capote» o la «muleta» el que lo está amenazando . Así pues, la embestida de los toros en la arena es un comportamiento de defensa que indica que el toro está sufriendo tanto psicológicamente como físicamente. Psicológicamente, ya desde el principio de la carrera, ya que encima del miedo de encontrarse en un lugar lleno de gente gritando, donde no puede huir o esconderse, lo que es especialmente negativo en el caso de toros de lidia porque se han criado en una situación de poco contacto humano y poca restricción física. Y a esto debemos añadir el estrés causado por el transporte, la separación del resto de la manada y la situación de confinamiento extrema en los espacios donde se pone al toro inmediatamente antes de dejarlo salir arena.
La confirmación de que la embestida del toro es un mecanismo de defensa se encuentra cuando comparamos el comportamiento del toro de lidia con el comportamiento de otros animales en situaciones similares.
Por ejemplo, tenemos el caso de los ciervos, que también pertenecen al orden de artiodáctilos y que, aunque pertenezcan a otra familia, la de los cérvidos, también tienen el problema de agotarse rápidamente, debido a la hipertermia. Cuando los ciervos son cazados por los lobos, o por los humanos, como es el caso de la cacería del ciervo a caballo y con perros, que era muy tradicional en Inglaterra pero que se prohibió en 2004 junto con la caza del zorro o la liebre, su comportamiento de defensa se dividía en dos partes. Primero, corriendo, intentando escapar del depredador. Después, cuando ya se están agotando y no pueden correr más, volviéndose para intentar embestir a los perros o los lobos con sus aspas, a veces con bastante éxito, hiriéndolos y acabando con la caza. Los cazadores llaman esta segunda fase «stack at bay», que se puede traducir como «ciervo acecho» o «ciervo mantenido a raya». Y es cuando el cazador se acerca con una escopeta y dispara al ciervo.
Por lo tanto, lo que vemos en las corridas de toros es el equivalente al »toro at bay», la última fase de defensa que se manifiesta como último recurso cuando el toro no tiene más opción. De hecho, en el pasado podíamos ver todo el proceso defensivo completo, ya que anteriormente no se trasladaba a los toros hasta la plaza con vehículos, sino que se les hacía huir hacia la plaza con los «encierros» (la primera fase de defensa), y entonces se les separaba y se les mataba en la carrera donde el toro embestía los atacantes (la segunda fase de defensa), precisamente como hoy todavía se ve en San Fermín.
Así pues, desde un punto de vista etológico, no tengo ninguna duda de que todos los toros sufren como individuos las corridas de toros, y que no hay ninguna modificación de las prácticas actuales en la arena que puede eliminar totalmente este sufrimiento.
Esto nos deja con la segunda parte de la pregunta inicial: ¿los toros sufren, desde un punto de vista colectivo?
Para responder esta pregunta tenemos que averiguar qué significa el colectivo de toros. En este caso tenemos que ver cuál es la categoría taxonómica de los toros «de lidia». Este es un tema aún debatido en la comunidad científica, que no parece ponerse de acuerdo con la clasificación precisa de estos animales, pero sí hay consenso en que pertenecen al orden artiodáctilos, familia bóvidos, subfamilia bovinos y género Bos. Las discrepancias empiezan a nivel de especie, subespecie, raza, variedad, casta, etcétera.
Hoy en día, la mayoría de científicos aceptan que el toro «de lidia» pertenece a la especie Bos taurus o Bos primigenius, y a la subespecie Bos taurus taurus o Bos primigenius taurus, dependiendo de las especies que se acepten. Pero es importante destacar que todos los toros domésticos occidentales, tanto los «de lidia» como los de campo pertenecen a estas subespecies, así que tenemos que ir todavía más abajo en la clasificación para encontrar los toros «de lidia». Es en este nivel donde no hay acuerdo sobre a qué raza o variedad ellos pertenecen. Incluso no hay consenso en si todos los toros «de lidia» son una raza.
Por lo tanto, lo único que podemos decir con seguridad del colectivo de toros «de lidia» es que son un grupo de bovinos domésticos creados por el hombre a través de selección artificial. Por tanto, no hay duda de que los toros «de lidia» no son ni una especie ni una subespecie y que son un producto de la actividad humana, no de la naturaleza. Esto es importante porque uno de los sufrimientos posibles de un colectivo de animales es el peligro de extinción, pero éste no se puede aplicar a los toros «de lidia», ya que es un concepto que sólo se puede aplicar a subespecies, especies y otros taxones superiores.
Teniendo esto en consideración, dado que la especie a la que el toro «de lidia» pertenece tiene actualmente más de 1.300 millones de individuos en el mundo, la minoría de los cuales se utiliza en actividades taurinas, el peligro de extinción, con o sin tauromaquia, no es uno de los peligros del toro de lidia.
Otro sufrimiento colectivo posible es la longevidad. Si una población de animales tiene su longevidad media reducida considerablemente por cualquier motivo, esto afecta su capacidad de reproducirse, y se podría hablar de que la población sufre un problema demográfico. Ese sí es un tema aplicable al toro de lidia ya que la longevidad de los individuos seleccionados para las corridas queda drásticamente reducida al menos una tercera parte de la longevidad a la que podrían llegar. Los toros de lidia se matan cuando tienen tres, cuatro, cinco o, como mucho, seis años de edad, pero si la tauromaquia no existiera, estos individuos podrían vivir veinte años o más. De hecho, la longevidad media de los machos de la especie a la que los toros pertenecen es de veinte años en cautividad. Esta reducción artificial de longevidad tiene otra consecuencia para el colectivo de toros. Tiene un efecto negativo en la estructura social de los grupos. Cualquier especie social asume su equilibrio social con una combinación específica de miembros de diferentes edades y géneros. Si la elimina sistemáticamente un grupo demográfico específico, como es el caso de los machos de más de seis años, el grupo no puede conseguir la estabilidad social ideal y está siempre en una situación de constante reajuste, lo que explica que, a veces, haya muchas peleas entre machos en la dehesa. Estas peleas hacen que los ganaderos separen los machos de los grupos, cosa que no siempre ayuda a generar estabilidad. Añadido a esto, como que después de generaciones de selección artificial los ganaderos de los toros «de lidia» han estado intentando crear individuos que tienen más tendencia a defenderse embistiendo de lo normal, esto ha generado una respuesta inadecuada y no natural a las confrontaciones entre los machos por hembras o por dominancia que, o bien crea más peleas y heridas entre los toros, mayor sufrimiento físico, que termina obligando a los ganaderos a separar más los grupos, provocándoles un sufrimiento social.
En conclusión, desde un punto de vista etológico y zoológico, no tengo ninguna duda de que los toros «de lidia» sufren individual y colectivamente a causa de las corridas de toros y, por tanto, la prohibición de estas actividades es la acción más coherente que una sociedad que le importa el bienestar animal y valora el patrimonio natural puede hacer.