Este municipio de la provincia de Soria volvió a torturar a un ser vivo, y lo hizo la noche del pasado sábado 11 de noviembre cuando se celebró el popularmente conocido como “Toro jubilo” o “Toro embolado”. El único festejo de este tipo que se celebra en Castilla y León, y que consiste en prender fuego a unas bolas de tela inflamables colocadas previamente en las astas del animal. Y nosotros, parte del equipo de AnimaNaturalis Madrid, queríamos documentarlo. Fuimos a Medinaceli infiltrados con el único objetivo de grabar todo lo que allí acontecía. Capturar mediante imagen y sonido la realidad de este festejo. Sólo queríamos informar de algo real. Cerciorarnos de la no existencia de irregularidades. Y se nos prohibió, impidió y censuró.
Tres fueron los controles policiales que tuvimos que superar para poder entrar al pueblo. El primero hizo un test de alcoholemia al conductor del vehículo, en el segundo nos preguntaron de dónde veníamos y nos pidieron la documentación, y el último dispositivo de seguridad nos revisó el coche, y a nosotros y nuestras pertenencias. Nos pidieron bajar del vehículo mientras realizaban una pregunta: “¿Taurinos o antitaurinos?”. Pareciese que los antitaurinos perdemos el derecho a ir a este tipo de festejos públicos por el hecho de serlo, no compartiendo así su misma ideología. Nos revisaron muy detalladamente todas las pertenencias personales: bolsos, abrigos, carteras… mientras que otros cuerpos policiales se dedicaban a inspeccionar el interior del coche: asientos delanteros, traseros, maletero… un perro policía también ayudó a examinar el interior del vehículo en busca de ilegalidades. Una vez terminado todo el proceso de control y devuelta la documentación personal se nos permitió entrar al pueblo. Supuestamente éramos taurinos y todo estaba en regla, ¿por qué no dejarnos pasar?
Pero todavía no habían sido superadas todas las pruebas. Habíamos conseguido entrar al pueblo, pero quedaba superar la prueba final: el interrogatorio y aceptación de algunos habitantes de Medinaceli para poder llegar a la plaza donde se celebraría el festejo. Necesitábamos una pulsera naranja, sin ella la entrada estaría prohibida. ¿Para conseguirla?, demostrar que no éramos antitaurinos. En la entrada a la plaza nos pidieron algún tipo de certificado o tarjeta oficial que asegurara que pertenecíamos a algún colectivo o asociación taurina, o en su defecto fotografías como prueba de nuestra asistencia a eventos taurinos. Lo único que pudimos mostrar fueron las fotografías que un compañero hizo en su día para documentar, como en esta ocasión, este tipo de festejos. Pero nos valió, la fotografía de un animal sufriendo y agonizando fue la prueba que este pueblo necesitaba para aceptarnos y dejarnos entrar.
Estuvimos cerca de dos horas infiltrados en ese horrible ambiente. Fuego, luces, música, churros, cerveza… todo preparado para torturar, todo listo para disfrutar con el sufrimiento de un ser vivo. Allí estaban los jóvenes en pandilla riendo y bailando, los padres viendo jugar a sus hijos alrededor del fuego, y los abuelos comprando toritos y capas de juguete a sus nietos. Lo observamos todo, como ellos. Comimos churros, como ellos. Escuchamos la música, como ellos. Hablamos con ellos, como ellos. No hicimos nada sin ser como ellos. Pero aún así la Guardia Civil no tardó en venir a buscarnos. Entre toda la multitud nos volvieron a pedir la documentación, nos volvieron a revisar las pertenencias, y tras comprobar nuestra identificación nos invitaron a acompañarles fuera de la plaza. Y así fue como, con cuerpos de la Guardia Civil por delante y detrás nuestra, nos echaron de la plaza bajo la mirada de los allí presentes. Nosotros éramos los “delincuentes”. Nos llevaron a sus furgones, nos cachearon y explicaron que a través de la identificación de uno de nosotros pudieron comprobar que habíamos estado en Medinaceli años anteriores como activistas protestantes en contra del festejo, y que por nuestra seguridad no podían dejarnos volver a entrar en la plaza. Explicamos que sólo queríamos documentar los hechos, como cualquier persona tiene derecho a hacer. Pero no sirvió de nada, nos cortaron las pulseras que nos permitían la entrada al festejo, y tras fotografiar nuestra identificación nos echaron de aquel lugar como si hubiéramos cometido algún delito.
No hicimos nada para ser tratados así, simplemente estuvimos como ellos, como los habitantes del pueblo en su fiesta, como los taurinos. Pero una identificación nos marcaba como antitaurinos, y eso para los cuerpos de seguridad de Medinaceli pareció ser suficiente para echarnos sin justificación. ¿Censura?. ¿Discriminación por ideología?
Y mientras nosotros fuimos expulsados de la plaza, la víctima de Medinaceli seguía siendo la misma: un ser vivo inocente. Un toro llamado Ladrón que el sábado 11 de noviembre fue sometido a una burla y tortura constante durante el festejo. Una vida que fue posteriormente arrebatada. El sufrimiento legal y protegido de un animal rodeado de un ambiente de fiesta y diversión bajo las miradas y sonrisas de mayores y pequeños.
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