El reciente galardón concedido al documental Tardes de soledad, de Albert Serra, en el Festival de San Sebastián ha reavivado el debate sobre la tauromaquia. Con una mezcla de fascinación estética y brutalidad, Serra explora el universo de las corridas de toros desde una perspectiva visual y filosófica. En la película, se retratan de cerca los momentos previos y posteriores a las faenas, así como la íntima relación entre los toreros y su cuadrilla, capturando la poesía del movimiento, la vestimenta y la tradición.
Serra, aficionado a los toros, intenta presentar una visión "neutral", según sus palabras, no imponiendo su ideología en la obra. No obstante, su enfoque estético genera controversia, ya que muestra a la tauromaquia como una forma de arte que encierra poesía y tragedia, pero al mismo tiempo omite las profundas implicaciones éticas que conlleva la violencia hacia los animales. La película expone las "agonías de los toros", pero ¿podemos considerar una obra estética si está basada en la crueldad?
Según todas las reseñas que he leído, el documental muestra una innegable calidad del detalle visual y sonoro. Los críticos han elogiado los encuadres cerrados, los primeros planos del torero peruano Andrés Roca Rey y de los toros moribundos. La película ha sido calificada como "fascinante" y "obsena" a la vez, generando respuestas encontradas. Como señala el crítico Matt Neglia, "'Tardes de soledad' es una obra visceralmente perturbadora y violenta, aunque filmada con gracia". Este tipo de comentarios subraya una contradicción central en la tauromaquia: ¿cómo puede algo que provoca tanto sufrimiento ser considerado bello? La revista Variety describió la obra como de absurda estética y obscena violencia, y The Hollywood Reporter dijo que era a partes iguales hipnótica y perturbadora.
Aquí surge una cuestión filosófica clave: ¿es posible una estética sin una ética que la sustente? Una obra exquisita a nivel técnico puede ser abominable si está sustentada en la crueldad hacia los animales. Esta reflexión cobra más relevancia cuando se considera el hecho de que la tauromaquia, si bien apreciada por algunos como una forma de arte, está construida sobre el sufrimiento de seres vivos. ¿Dónde trazamos la línea entre la apreciación artística y el rechazo moral?
Si bien Serra y otros defensores de la tauromaquia prefieren centrarse en su estética, los hechos no pueden ignorarse. Según datos del Ministerio de Cultura, más de 10.000 toros y vaquillas son sacrificados anualmente en eventos taurinos en España. Estos animales, que sienten miedo, dolor y angustia, son expuestos a un espectáculo que glorifica su muerte. Estudios científicos han demostrado que los toros poseen sistemas nerviosos complejos capaces de experimentar sufrimiento, lo que plantea serias preocupaciones éticas sobre la legitimidad de este tipo de prácticas.
Algunos defensores de la tauromaquia, como señala el crítico Diego Battle, ven en películas como Tardes de soledad una defensa de la "españolidad", desafiando lo que consideran una "dictadura de la corrección política". Sin embargo, este argumento ignora los avances sociales hacia una mayor sensibilidad animal. La supresión del Premio Nacional de Tauromaquia por parte del Ministerio de Cultura en 2023 es un reflejo de este cambio.
El documental se aleja de glorificar la figura del torero. Roca Rey, a pesar de su destreza y fama, es retratado como un personaje taciturno y distante. Hay una ironía sutil en cómo Serra presenta la ceremonia masculina que rodea al torero: su equipo lo venera con exageraciones casi absurdas, halagando su "valentía" de manera tan exagerada que roza lo cómico. En una escena, un ayudante lo levanta y sacude para ayudarlo a ponerse sus ajustados pantalones de matador, una imagen que reduce al torero a un maniquí que se adorna para el sacrificio.
Pero mientras la película ridiculiza la fanfarronería masculina, no se desvía de mostrar la violencia central de la tauromaquia. Los planos cerrados del toro agonizante, su sangre goteando por su cuerpo mientras es repetidamente atacado, son ineludibles. Es difícil no sentir horror cuando el toro, encadenado y arrastrado fuera de la arena, se convierte en un símbolo del espectáculo macabro que acabamos de presenciar.
La tauromaquia se encuentra en una encrucijada cultural: por un lado, sus defensores la ven como una expresión artística y tradicional, mientras que sus detractores la consideran un espectáculo anacrónico y cruel. La película de Serra no resuelve esta tensión, sino que la exacerba al presentar una versión estilizada y casi romántica de la violencia. Al final, Tardes de soledad nos obliga a cuestionar si podemos separar la belleza técnica de una obra de las implicaciones morales que conlleva. La película puede ser visualmente impresionante, pero está basada en una práctica que inflige un dolor innecesario a los animales.
El documental se presentará el próximo 3 de octubre en el Festival de Cine de New York y realmente veremos cómo responde una sociedad donde la tauromaquia es vista como una de las últimas señas de la Edad Media y del subdesarrollo cultural de una parte de Europa.
Debemos preguntarnos: ¿puede una obra ser considerada arte si está fundamentada en el sufrimiento de seres vivos? La ética y la estética no pueden separarse cuando hablamos de derechos de los animales. La crueldad, por más estética que sea, no deja de ser crueldad.
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