AnimaNaturalis y CAS International documentamos este sangriento espectáculo el domingo 8 de octubre, coincidiendo con nuestra mediática protesta que tuvo lugar en la Plaza de la Seo por la mañana y con la marcha antitaurina convocada por varios colectivos animalistas de Zaragoza.
Sobre las 5 de la tarde, la Plaza de La Misericordia comienza a abrir sus accesos. Los aficionados chafardean los puestos de souvenirs y comprueban sus entradas para acceder al tendido correcto. Hasta aquí, podría tratarse de un evento normal, pero los cientos de personas que se están concentrando en las inmediaciones saben que hay una gran diferencia. En la mayoría de shows, nadie es agredido brutalmente en público y retenido en contra de su voluntad.
Esta misma mañana, decenas de activistas de AnimaNaturalis han protestado contra la sangre que se derramará aquí dentro. Ha sido un éxito. En una sociedad mayoritariamente avanzada y compasiva como es la aragonesa, no podía ser de otra manera. Por desgracia, para los más de 60 toros que se utilizan en la feria de este año, la suerte ya está echada.
Se escuchan a lo lejos los primeros cánticos de protesta hasta que, al cruzar los enormes muros de ladrillo del recinto, parece hacerse el silencio y transcurrir a otra velocidad el tiempo. Los desafortunados de la tarde son Purito, Desmamado, Besón, Lumoleto, Barquero y Escritor, y las personas que han pagado para aplaudir su muerte apenas llenan un tercio de las localidades. Antes incluso de ver a los animales, es fácil preguntarse si esto merece la pena, ¿es siquiera rentable?
Muchos asistentes se saludan entre sí cuando ocupan sus asientos. Al fin y al cabo, son los mismos de siempre. Suena el himno de España, se hacen las presentaciones correspondientes y todo el mundo se asegura de tener a mano su cerveza. La música anuncia que esto empieza ya, y a nuestro equipo sólo le queda respirar profundo y concentrarse en hacer el mejor trabajo posible por esos animales.
Purito, un precioso e imponente toro negro azabache, es el primero en salir de toriles a toda velocidad. Corre en círculos y mira a las gradas, a los burladeros, a los banderilleros que empiezan a rodearlo para provocar esa supuesta bravura por la que le han elegido. Está muy nervioso y visiblemente desorientado, no tiene escapatoria.
Mientras sale el picador, su caballo mordisquea incómodo la embocadura metálica y atiende a ciegas los tirones hasta ponerse en posición. Purito, desde el otro lado del ruedo, coge carrerilla y arremete con fuerza contra el equino pero, en seguida, su gesto se descompone al sentir cómo se hunden en su espalda los 3 cm de punta de la lanza. Empieza el horror pero todos aplauden, pues el objetivo del jinete es destrozar los músculos del cuello del animal para debilitarlo y hacerlo más inofensivo, y lo está cumpliendo.
Cada vez que Purito intenta levantar al caballo con sus cuernos, se aprecian chorros de sangre brotando de sus heridas que le tiñen de rojo el lomo y la pata delantera. Se trata de uno de los momentos más impactantes, en el que se puede apreciar el sufrimiento tanto del toro como del caballo, obligados a enfrentarse a muerte para entretenimiento de sus autoproclamados “cuidadores”.
Seguramente la escena más macabra de los primeros tercios de la tarde la protagonizó Barquero, un impresionante ejemplar rubio cenizo contra el que el picador descargó toda su rabia con torpeza, dejándolo agotado y malherido en los primeros minutos. ¡Asesinato! ¡Pero si esto es asesinato! escuchamos entre la gente. En un primer momento nos sorprende, pero no, no es que alguien más esté viendo el mismo horror que nuestro equipo. A esas exclamaciones les siguen unas sonoras risotadas.
Mientras Barquero se desangra y jadea en un instante de descanso, el público parece más aburrido que molesto. Es el sexto de la tarde y la gente ya está más pendiente de hacer planes para la cena que de la suerte del animal. Los banderilleros rompen rápidamente la tregua, y comienzan una ridícula coreografía con el único fin de clavarle varios pares de arpones en la espalda a un toro exhausto.
Llegados a este punto, que se conoce como tercio de muerte, Barquero tiene la cara ensangrentada y apenas le quedan fuerzas. Aún así persigue el capote, se tropieza una y otra vez y arrastra, con todo el peso de su cuerpo, el morro por la arena. Ante tal vulnerabilidad, el torero se siente seguro de darle la espalda, saludar al público, hacer unos últimos alardes de su arrogancia y, ahora sí, atravesarle el corazón con la espada.
Los banderilleros rodean al toro realizando todo tipo de aspavientos con sus capas. Como el animal no se desploma por la asfixia que le está provocando su propia sangre, que le está encharcando los pulmones, el torero se coloca de nuevo delante de él y la pincha en el hocico para doblegarlo. Con la misma espada, le propina un golpe seco en la nuca que, si funciona, debería separarle la cabeza de las vértebras y provocarle la muerte en el acto, aunque esto no suele ocurrir, y Barquero sufre pequeños espasmos en el suelo hasta que le rematan.
Purito ha corrido una suerte similar. Ni siquiera su color negro intenso disimula el manto de sangre que le cubre. En cuanto recibe la estocada parece asumir la pérdida de toda esperanza. Escupiendo sangre por la boca se tumba en el suelo y agacha la cabeza por última vez, casi suplicando recibir la puntilla que pondrá fin a su agonía. Él todavía está consciente cuando la plaza estalla en aplausos hacia su verdugo, hasta que un puñal hurga en su nuca y se hace silencio absoluto.
Desmamado, Lumoleto, Escritor y Besón completaban el cartel de este oscuro evento, pero además, debido a una baja, le tocó también a Desnombrado sufrir las consecuencias de la llamada fiesta nacional en La Misericordia. Ocupó la posición de Besón, que apareció en tercer lugar pero salía ya al ruedo medio adormilado y tropezando.
¿Qué le habrán hecho en toriles para que salga así? se escuchaba por detrás. ¡Este toro está borracho! fue la conclusión entre mofas. A Besón le fallaban claramente las patas traseras. Pegaba saltos descoordinados, como si estuviera recibiendo descargas eléctricas, y es que probablemente acababa de recibirlas. Los pastores eléctricos son varas largas que emiten descargas en uno de sus extremos y son habituales en estos espectáculos para dirigir a las reses, pero su uso excesivo puede lesionar a los animales.
No sabemos qué le pasó en los corrales, pero después de caerse sobre el trasero varias veces, clavó los cuernos en la arena y dio una voltereta, estampando sus más de 500 kilos contra el suelo. El público enfureció, pero no por las malas condiciones del animal sino por sentirse estafado: ¡que esto es una plaza de primera! gritaban algunos, hasta que el pobre Besón logró seguir torpemente a los mansos que le indicaban la salida.
Esa tarde se les arrebató la vida de forma cruel a seis toros en la plaza y, probablemente, a uno más en los corrales. La tauromaquia es una atrocidad desde el momento en que se saca a los animales de sus entornos y se les transporta como mercancías, para abusar de ellos y atormentarlos en público, hasta que se apaga la luz en su mirada con la última puntilla y su cadáver sale arrastrado de la plaza por tres mulas.
AnimaNaturalis y CAS International denunciamos que se sigan celebrando este tipo de espectáculos basados en el maltrato animal, que causan rechazo entre la gran mayoría de la sociedad y que se sostienen gracias a subvenciones públicas y el blindaje legal, y seguiremos trabajando hasta su completa abolición.
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