El diez de septiembre el día en el pueblo transcurrió silencioso. Apenas se acercaba la hora el cielo se iba tornando cada vez más gris, hasta que finalmente desembocó en una efímera tormenta de verano. Como si de alguna manera la naturaleza presagiase lo que estaba a punto de ocurrir y derramase unas lágrimas por ello.
Siendo ya las seis de la tarde todo el mundo se encontraba expectante en las estrechas gradas de piedra de la plaza. Era hoy y sólo hoy. El día que todo un pueblo esperaba durante todo un año y yo me encontraba entre ellos, sola. Bueno no, pero sí para sus ojos. Sé que mi equipo me respalda, pero en cierto modo están lejos y tengo que vivir estos momentos interiorizándolos para mí o todo el trabajo se irá al traste. Nadie debe ver un mínimo titubeo en mis gestos, en mi expresión... Mi única vía de distracción es mi equipo de grabación que disimulo como puedo.
El ambiente es festivo, las personas comen, beben…se emborrachan esperando el repugnante espectáculo. Hablo del espectáculo de ver a cuatro bebés morir. Hablo del cruel mal llamado espectáculo taurino conocido como “Becerrada”.
La salida del primer becerro se retrasa. A mi alrededor hay muchos niños y niñas menores de seis años esperando impacientes por ver al torito. Mientras escucho como una madre le cuenta a su hijo mientras lo tiene sentado en su regazo que ahora van a jugar con él, que lo pincharán, pero que luego le curarán. No debía preocuparse. El niño sonríe satisfecho ante esa explicación y yo no lo entiendo. No entiendo cómo pueden mentir de esa manera a la persona que se supone quieres más en el mundo.
Si su fiesta estuviera bien no deberían maquillarla para que el niño no sufriera, pero en el fondo lo saben. Saben que han llevado a niños a que se diviertan viendo morir a otros niños y estoy segura de que en el fondo algo les dice que eso no está bien. Suena esa música que anuncia el inicio de la corrida, pronto sale un pequeño becerro corriendo de los toriles y tras dar una vuelta rápida al redondel vuelve por donde ha salido, pero la puerta ya se ha cerrado. Ya no tiene ninguna salida. Pronto tiene a los banderilleros sobre él. Intento ver sólo a través de mi cámara y concentrarme en enfocar, pero no puedo evitar oír comentarios. La gente se ríe de la debilidad de sus patitas, de que apenas sabe andar aún y para colmo escucho como algunos contaban las veces que el bebé caía al suelo, que no fueron pocas. Los banderilleros tardan en hacer su trabajo, quieren ofrecer espectáculo. El pequeño becerro se revuelve con cada banderillazo. Pero fue la banderilla que le clavaron en el cuello la que sin duda le causó más dolor.
El torito se la intenta quitar con la boca, pero no llega. Los banderilleros le increpan para que embista contra ellos, pero el bebé no quiere. Lo único que hace es intentar acercarse a la puerta de los toriles para volver con su madre de la que aún depende totalmente.
Tras unos minutos eternos sale el matador. Orgulloso por ser admirado, admirado por asesinar a un bebé menor de dos años y sin destetar. La gente le aclama desde las gradas. Al parecer es alguien bien conocido en el pueblo.
Yo tengo que apartar la mirada, pues no soporto la cara de satisfacción que porta. Intento reprimirme con todas mis fuerzas y centrarme en mi misión. Como me temo, no le mata rápido. Falla con el estoque varias veces e incluso él mismo cae al suelo al tropezarse con el becerro. La gente se ríe y dice que es difícil matarlo, porque es todo hueso aún. Cuando por fin logra su misión y el becerro cae al suelo atravesado las risas se tornaron alabanzas y vitoreos. La gente, algunos de ellos ya muy borrachos le tiran flores.
Le dan una oreja al matador. Oreja que cortan al becerro aún vivo, no está muerto sólo tetrapléjico. Le veo pestañear y buscar con la mirada mientras le cercenan una parte de su cuerpo para ofrecerla a una niña.
Su sangre me salpica…es horrible, pero me mantengo fuerte y mando un mensaje a mi compañera para que él también lo esté. Me contesta y da ánimos. Luego borramos los mensajes por si acaso.
A este becerro le secundan otros tres, cada cual más pequeño que su predecesor. El cuarto era poco más grande que un mastín.
Todos ellos sufren el mismo destino. Una muerte muy lenta y dolorosa, con varias estocadas e incontables descabellos. Uno de ellos sufrió casi 10 intentos antes de caer sobre el albero. Todos ellos intentan huir y todos ellos son víctimas de las burlas de los espectadores.
Sólo uno de los becerros tuvo la suerte de no ser atravesado en la plaza. El joven matador no pudo conseguirlo por mucho que lo intentó. El bebé terminó sin embargo siendo asesinado en los toriles y el matador terminó llorando por no haber podido ser él el que le diera muerte. Los que creo que eran sus amigos le gritaban desde las gradas que era un poco hombre y que hasta una niña podría haberlo hecho. Sin comentarios. Fueron más de dos horas de torturas, más de dos horas de aguante por parte de mi compañera y yo.
Nos encontramos después ya bastante lejos de allí. Estamos destrozadas por haber tenido que presencial aquella barbarie sin poder intervenir. De sorportar la mirada de los becerros sobre nosotros, como si de algún modo supiesen que nosotras somos diferentes, como si de algún modo supiesen que sólo nosotras sentimos y sufrimos por su dolor.
Mi compañera y yo no queremos hablar y revivir aquella experiencia más de lo necesario para el trabajo. Es algo muy duro y esas imágenes nos acompañan ya para siempre.
Yo sólo puedo decir que espero que esas cuatro muertes que he presenciado y he filmado sirvan para concienciar al mundo de lo que realmente son las becerradas. Pedía perdón a cada becerro cuando salían a la plaza por no hacer nada directamente por ellos, espero que allá donde estén me perdonen porque luchamos para que sus muertes sirvan para que sus hermanos no pasen por eso. Sólo agradeceros y dejaros claro a todos los que hayáis llegado hasta aquí leyendo esto que seáis de la opinión que seáis, sabed que somos muchos, muchos y cada vez más y que lucharemos mientras nuestro corazón lata para que el de ellos no deje de hacerlo.
No pararemos hasta la abolición.
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