Una vez, en un pueblo llamado Medinaceli, decidieron que sus fiestas las iban a celebrar atormentando a un toro prendiendo enormes bolas de fuego para que las portara en su cornamenta. Como imaginan, eso no ha sucedido una vez, sino muchas, y en numerosas regiones de España.
Pero la gente de ese pueblo, llena de buenas intenciones, justifican su tradición asegurando orgullosisimos que “es aquí donde mejor se conserva la costumbre”. Y probablemente esto sea lo único en lo que nos podamos ponernos de acuerdo un taurino ocelitano y yo: en Medinaceli es el único lugar donde siguen utilizando un rudimentario sistema propio del medioevo, como si el tiempo no avanzara en este punto de la Tierra.
Un equipo de investigación de AnimaNaturalis logró infiltrarse este fin de semana en el pueblo de Medinaceli (Soria), sorteando un fuerte dispositivo de seguridad y llegar a la plaza donde embolaron a `Palomero`.
Se conserva tan bien la costumbre, que cuando estás ahí queriendo ser testigo de lo que le hacen al toro para documentarlo y explicárselo al mundo, sientes que en cualquier momento va a aparecer una cruzada para liberar Tierra Santa, un dragón a punto de arrancar el vuelo atrapando a la princesa entre sus garras, o un tyranosaurus rex marcándose un zapateao por bulerías, como buen terópodo.
O sea que todo es como muy surrealista y medieval.
Y ahí lo tenemos. Un enorme astado, cubierto de barro desde las patas a la testuz, enarbola sobre su cornamenta una suerte de maderos y cuerdas, hierros, estopa y brea, para iluminar las pobres almas de esos hombres con dos grandes bolas de fuego que arden cada medianoche en un sábado señalado de noviembre.
El toro ha sido previamente inmovilizado mediante la fuerza bruta de los más diestros y valerosos del pueblo, que proceden a untar de barro todo su cuerpo en un supuesto atisbo de empatía. “Para que no se queme” dice con condescendencia el más avispao de la peña emboladora. Todo un detalle oiga.
Creo que en el fondo tienen la conciencia tranquila. En serio.
El infernal tormento dura unos 30 minutos, en los que básicamente el toro trata de liberarse de la gamberrada que le han hecho mientras los mozos lo recortan cual toreros iniciáticos, usando sus chandal a modo de capote.
Y el fuego no solo está sobre su cabeza, sino también a su alrededor. Dentro del cercado prenden cuatro hogueras más en nombre de no sé qué santos. Es habitual que el toro las pisotee o embista con la cabeza, no por bravura, como le gusta pensar a un tauromaquio de esos, sino por ignorancia - es su primer contacto con el fuego - o por pura desesperación y angustia. Pero ellos siguen pensando que al toro le gusta jugar al corre corre que te pillo, y luego somos los animalistas quienes humanizamos a los animales…
Y ya para ir terminando el cuento, destacar que al toro le perdonan la vida, dicen.
Que levante la mano quien se lo crea.
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