Hace unos años, una profesora negra-mestiza fue invitada como docente de derecho a una prestigiosa universidad en los EE.UU. El entonces portavoz de la Black Students Association criticó su elección pues al no ser “suficientemente negra”, no era una representante adecuada del colectivo afroamericano y sus reivindicaciones (Sege, 1995 en White y Langer, 1999). Algo similar le ocurrió a Heather Whitestone cuando fue coronada como la primera Miss América Sorda. Los activistas sordos protestaron. Ya que Whitestone se dirigió el público en lenguaje oral, y no mediante el lenguaje de signos, los activistas sordos la consideraron que “no era lo suficientemente sorda” (“Signs of Anger”, 1995 en ibid.).
En un desfile del orgullo gay, los organizadores se negaron a que un grupo de hombres y mujeres bisexuales porten la pancarta principal del evento, porque ellos no eran «lo suficientemente gays». Estas anécdotas reales son algunos casos que ha examinado la psicóloga social Judith White (1998 en Fraser, 1998) y que ha identificado como «hostilidad horizontal«: El rechazo de un grupo minoritario hacia miembros de su mismo grupo, por considerarlos “moderados” o meros «aspirantes».
El concepto de hostilidad horizontal fue acuñado durante la década de 1970 por el movimiento feminista, para referirse a rivalidades y parcialidades entre las mujeres del movimiento. En dicho caso, la hostilidad horizontal no unió a las mujeres ni reforzó los ideales del grupo, sino que disparó divisiones internas (Penelope, 1992).
La rivalidad no sería noticia si fuese mutua entre dos grupos con grandes discrepancias, como entre veganos y omnívoros, por ejemplo. Sin embargo, los estudios de Judith White (White y Langer, 1999) revelan que la hostilidad horizontal es sorprendente y persistentemente unidireccional: Siempre se dirige en el mismo sentido, a la persona negra-mestiza, a alguien sordo que habló oralmente, a los bisexuales, o -sin ir más lejos- a la concursante vegetariana Celia Lastres en la edición española del programa MasterChef.
“Vegano nivel 5”: Cuestión de estatus
White (1998) explica que en los grupos minoritarios hay una jerarquía de estatus. Dentro del grupo, se asocia el estatus más elevado a quien es más radical, y por lo tanto, representa el estereotipo de ese grupo y de aquello que lo distingue del resto de la sociedad. Por ejemplo, entre quienes defienden a los animales, goza de más estatus un vegano (y más aún, si lleva más años de vegano) que alguien que está disminuyendo su consumo de carne. O como caricaturizaron Los Simpsons, “un vegan nivel 5: no come nada que produzca sombra”.
Como contraparte, la hostilidad horizontal siempre tiene como blanco miembros del grupo que parecen personas más convencionales. Es decir, aquellos que no portan elementos especialmente distintivos del grupo en cuestión, y que, según White (1998) son menos susceptibles de ser estigmatizados por el resto de la sociedad.
En cuatro estudios de campo de la Universidad de Harvard, White y la psicóloga Ellen Langer (1999), pusieron a prueba el concepto de hostilidad horizontal observando distintos grupos minoritarios: Estudiantes universitarios judíos, miembros de partidos políticos (conservadores, socialistas, progresistas y comunistas) en Grecia, grupos LGBT y equipos de fútbol universitario. En todos los escenarios, el análisis mostró que los miembros más distintivos y radicales juzgan a sus miembros «moderados» de manera desfavorable, e incluso, de manera más severa y crítica a cómo evalúan al resto de la sociedad.
Orgullosos de pertenecer
Diversas investigaciones demuestran que tendemos a sentir orgullo de pertenecer a una minoría. ¿Es así incluso si esa minoría es estigmatizada por la sociedad? En general, sí, porque gran parte de cómo nos definimos a nosotros mismos tiene que ver con los grupos a los que pertenecemos. Y por lo tanto, cómo se valoran a esos grupos es “espejo” de la valoración de nosotros mismos. Así, el “orgullo gay” o el “orgullo vegano” son manifestaciones de nuestra necesidad de reconocimiento social como grupo y de autoestima a nivel personal; se trata, en definitiva, de un refuerzo del “quiénes somos” y por extensión, de “quién soy” (1).
¿Cómo una minoría, como los defensores de los animales, mantenemos nuestro reconocimiento social? Un elemento crucial es ser diferentes al resto: Sentimos que nuestro grupo vale más en la medida en que sea altamente distinguible [distinctiveness] del resto de la sociedad, y exista percepción de exclusividad (White y Langer, 1999). Por ejemplo, “no cualquiera puede ser vegano”, o los recurrentes esfuerzos por distinguir dieta “vegana” de vegetariana”, como si lo segundo no englobara lo primero. Para ser reconocibles en la sociedad, necesitamos que haya una línea divisoria, que dibujamos manteniendo a raya a los que parecen “tibios”, moderados, convencionales y/o a los “aspirantes”.
White (1998) afirma que querer identificarse con un grupo distintivo no es tan diferente de querer unirse a un exclusivo club de campo, pues su membresía tiene valor en la medida en que muy pocas personas pueden entrar, y se puede decir fácilmente quién está adentro y quién está fuera. La psicóloga afirma que la distinción y la exclusividad crean percepción de superioridad (ibid.).
Dime qué tan veg(etari)ano comes y te diré quién eres
Tal como la mujer sorda que usó el lenguaje oral o los bisexuales fueron condenados por sus compañeros de causa, Celia también ha recibido duras críticas de parte de los veganos por comer atún para entrar a la TV, no sin antes bendecirlo. Y es que los defensores de los animales nos encontramos en una posición difícil: Para la sociedad en general, somos “extremistas” por seguir nuestros valores, y para quienes comparten nuestras ideas, somos “hipócritas” si no somos del todo “puros” en nuestras acciones.
Pero, ¿por qué somos especialmente mordaces con nosotros mismos? Porque hay algo que estamos tratando de proteger. Las minorías sociales somos grupos con poco poder y difícil capacidad de influencia. Nuestro mayor recurso no suele ser material, sino psicológico: El valor de nuestra identidad (White y Langer, 1999). Un miembro moderado o “no lo suficientemente vegano” representa una posible amenaza a nuestra identidad, a nuestras creencias, y es una potencial traición a lo que nos define como grupo y como personas.
Lo preocupante de la hostilidad horizontal es que muchas veces, sirve para reforzar prejuicios y estereotipos que ridiculizan a una minoría a ojos del resto de la sociedad. Y a nivel interno, nos enfrenta, nos divide y nos debilita como movimiento. La crítica destructiva, las rivalidades y rencillas entre activistas más o menos veganos sólo sirven al divide et impera (“divide y vencerás”) de un sistema injusto y depredador que usa y abusa de los animales.
¿Queremos ser “puros” o queremos salvar animales?
El veganismo es importante, no como fin en sí mismo, sino como una poderosa herramienta para boicotear los horrores de las granjas de cría intensiva y el uso de animales para nuestro beneficio. Desde esta perspectiva, el norte del activismo por los animales no es tanto expresar nuestras creencias antiespecistas, sino influir en las decisiones de las demás personas. Precisamente, un incipiente análisis comparado de campañas por los animales detectó que poner de relieve aspectos de la propia identidad y emociones personales vuelve las campañas menos eficaces (Einwohner, 1999).
Si realmente nos tomamos en serio la injusticia y el sufrimiento, nos daremos cuenta que el ideal de un mundo perfecto y la pureza ideológica del veganismo son preocupaciones secundarias. Lo que nos debe ocupar, en cambio, es cómo crear juntos un mundo mejor ahora, con lo que hoy es y existe. Los animales no necesitan que tengamos la razón, sino que seamos eficaces, hábiles para abrir más corazones y mentes que tengan en cuenta que ellos también sienten.
Defender a los animales es una revolución de empatía, de igualdad y por la dignidad y la no-violencia. Cómo nos relacionamos con los animales abre la puerta a comprender (y transformar) la totalidad de quiénes somos en este mundo. Por eso, revolucionar cómo tratamos a los animales es revolucionar todas nuestras relaciones, incluso con otros compañeros (y hasta con nosotros mismos).
Sin titubear, esa revolución somos nosotros: Las personas que consideramos que un cambio no sólo es posible, sino urgente y necesario. Somos la gente común y corriente como tú y como yo, personas sencillas con arrojo para decir “basta”, voluntad firme de construir más amor y altas dosis de rebeldía para dejar hostilidades de lado, y confiar en los demás. Sólo en nosotros han nacido revoluciones anteriores y hoy es el turno de la revolución animal. Juntos somos la única posibilidad de un cambio profundo de conciencia. Juntos somos voz de empatía, paz, y justicia para todos/as.
Ya es hora de dar lo mejor de nosotros mismos para salvar a los animales. Los seres humanos somos los grandes responsables de su tragedia y somos, también, su única esperanza.
(1) Esta es una explicación muy simple, con fines pedagógicos, del concepto de identidad social positiva de la clásica Teoría de la Identidad Social de Tajfel, 1978 y Tajfel y Turner, 1979.
Referencias bibliográficas
Einwohner, R. (1999). Gender, class and social movement outcomes. Identity and Effectiveness in Two Animal Rights Campaigns en Gender & Society, 13, 1, 56-76.
Fraser Hodder, H. (1998). Horizontal Hostility. Minority Wannabes. Consultado el 27/04/2014, Harvard Magazine, en http://harvardmagazine.com/1998/11/right.minority.html.
Penelope, J. (1992). Call me lesbian: Lesbian lives, lesbian theory. Freedom, CA: Crossing Press.
Tajfel, H. (ed.) (1978). Differentiation between social groups. London: Academic Press.
Tajfel, H., & Turner, J. C. (1979). An integrative theory of intergroup conflict en Austin, W. y Worschel, S. (eds.). 1979. The social psychology of intergroup relations. Monterey, CA: Brooks Cole.
White, J. y Langer, E. (1999). Horizontal Hostility: Relations between similar minority groups en Journal of Social Issues, 55, 3, 537–559.
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