Cada madrugada del 7 de julio, las calles de Pamplona vibran con un ritual ancestral: el estruendo de pezuñas contra adoquines, el aliento entrecortado de seis toros bravos perseguidos por cientos de corredores, el olor a tierra y sudor que impregna el aire. Pero este año, ese ritual pende de un hilo. Joseba Asiron, alcalde de Pamplona por EH Bildu, ha puesto en marcha una encuesta que indaga en el “rechazo o no a las corridas de toros y los encierros”, además del sentido religioso de la fiesta.
Los datos son fríos, pero elocuentes: la Plaza de Toros de Pamplona, segunda más grande de España con un aforo de 19.720 personas, es un símbolo económico y social. Pertenece a la Casa de la Misericordia, institución que gestiona una residencia de ancianos con los ingresos taurinos. “Sin los toros, no habría recursos para los mayores”, advierte el concejal Juan José Echeverría (UPN), quien tilda la encuesta de “bomba de relojería”. Pero detrás de los números hay sufrimiento. Aïda Gascón, directora de AnimaNaturalis en España, no duda: “Cada toro que cae en la plaza arrastra consigo una vida de miedo y dolor. Los encierros son una carrera hacia la muerte, disfrazada de folclore”.
El debate no es nuevo, pero ahora tiene un escenario político. EH Bildu, formación históricamente crítica con la tauromaquia, insiste en que la encuesta busca “modernizar” las fiestas. Sin embargo, críticos como Cristina Ibarrola (UPN) acusan a la coalición de “sectarismo”: “¿Cómo cuestionar a San Fermín, cuya capilla se llena cada mañana de fieles? Es como borrar la identidad de Valencia sin sus Fallas”.
Pero la tradición se aferra a sus argumentos. José Antonio Baigorri, ganadero navarro, defiende: “Los toros dan empleo a miles: desde veterinarios hasta artesanos. Y la gente nos apoya”. Gascón reflexiona: “Hablamos de seres vivos, no de atracciones turísticas. En los encierros, el ruido, la multitud y la desorientación activan su sistema de huida. No es bravura, es pánico”.
Imaginar unos Sanfermines sin toros parece una herejía para muchos, pero otros ya dibujan alternativas. En 2024, el cartel oficial de las fiestas omitió por sexta vez en una década cualquier referencia taurina, priorizando a los gaiteros. “Es una señal”, afirma Rakel Arloj, presidenta de la Federación de Peñas. “Las nuevas generaciones piden opciones: conciertos, desfiles temáticos, encierrillos simbólicos con figuras de resina”.
El jurista Miguel Izu, aunque escéptico, admite: “Si eliminamos las corridas, habría que replantearlo todo. Pero el encierro sin muerte sí es posible: en Portugal, los toros se liberan en campos tras correr”. De hecho, localidades como Tordesillas (Valladolid) han reemplazado el toro de la Vega por eventos ecuestres, aumentando la asistencia un 30%.
AnimaNaturalis propone un modelo inspirado en las “correbous” catalanas, donde los toros no son sacrificados, y los fondos se destinan a protectoras. “La transición requiere valentía, pero Pamplona podría liderarla”, insiste Gascón. “Imagine el impacto: una fiesta donde la emoción no dependa del sufrimiento”.
“Esta no es solo una lucha por los toros”, concluye Gascón. “Es un llamado a que nuestra sociedad elija evolucionar. Pamplona puede seguir siendo mágica… sin manchar sus calles de sangre”.
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